Paul M. Romer es uno de los más brillantes economistas de nuestro tiempo (véase http://paulromer.net/about-paul/ sobre su biografía). Su principal contribución académica se produjo en los años 80 con sus valiosas aportaciones a la teoría del crecimiento endógeno. Frente a los modelos clásicos de Solow y otros autores que ponían su acento en la acumulación de capital y el cambio tecnológico como únicos factores de crecimiento (factores exógenos), Arrow, Lucas y el propio Romer, entre otros, observaron la importancia de los factores endógenos: características locales asociadas al nivel de formación, cultura local, relaciones sociales o estructura institucional… que generaban dinámicas capaces de reducir o retrasar los rendimientos decrecientes provocando así un mayor crecimiento económico del lugar. Su mérito reside en la capacidad para incorporar estos aspectos en ecuaciones de crecimiento que nos permitieran estimar su importancia y papel para deducir como influir sobre el desarrollo.
En los últimos años y en línea con sus contribuciones académicas Paul Romer ha liderado un importante movimiento político-social: las charter-cities (ciudades bajo estatuto). El objetivo , coherente con su trabajo previo, es impulsar desde el ámbito urbano –desde la ciudad mediante su gestión y planificación– estructuras de gobierno y crecimiento urbano imputadoras de desarrollo económico y social. Se parte de la idea de que desde la ciudad se pueden abordar con éxito la mayor parte de los grandes retos de las sociedades actuales. Aspectos como el impacto medio-ambiental, la integración de etnias y religiones en una convivencia pacifica y generadora de creatividad, el acceso a una vivienda digna o la provisión de servicios fundamentales como la educación o la sanidad pasan, de manera fundamental, por la ciudad, por su gestión y estructura.
Sabemos que las ciudades dispersas provocan un mayor impacto medioambiental y son menos eficientes energéticamente. Por el contrario, las ciudades densas y compactas suelen tener mayor productividad y aprovechar mejor los beneficios de la interacción entre agentes sociales y económicos. Sabemos que las ciudades con un centro fuerte integran mejor las distintas clases sociales y etnias mientras que las ciudades con sistemas fiscales descentralizados y barrios muy segmentados provocan mayores desigualdades sociales. Las ciudades más creativas son las más cosmopolitas, las que menos usan el coche y las que tienen mas espacios públicos de interacción social. Se ha evidenciado como el crecimiento en altura reduce el precio de la vivienda y los costes en general mientras que el crecimiento horizontal y expandido de la ciudad empeora la salud pública… Sabemos, en definitiva, mucho sobre la influencia de la forma y gestión de la ciudad sobre la economía y el desarrollo social y sabemos también que podemos afectar a todo ello mediante una inteligente planificación urbana y adecuada la gestión de la vida en la ciudad.
Volviendo a Romer y como él muy bien explica en sus conferencias la única diferencia de partida que se observa entre una ciudad bien planificada y otra que no lo esta es que la primera establece una estrategia sobre como crecer asegurando que existan espacios públicos de interacción y convivencia coherentes con su realidad económica y social. Sin embargo, años después esta pequeña diferencia entre las ciudades planificadas y las que no lo están se revela crucial y determina desarrollos socio-económico completamente distintos.
En España se ha valorado poco lo importante que puede ser una buena planificación y estrategia en el ámbito local. Durante las dos últimas décadas, salvo honrosas excepciones, los planes urbanos de nuestras ciudades han estado al servicio del crecimiento residencial acompañado, en demasiados casos, por icónicas construcciones muchas veces tan inútiles como costosas. Se ha prestado excesiva atención al crecimiento residencial y a la estética urbana. Una buena planificación urbana puede ir mucho más allá si se hace desde una estrategia de especialización inteligente. Es decir, planificar a partir de una reflexión profunda de la realidad social, económica y morfológica de la ciudad, así como la definición de un claro modelo de crecimiento por la que se la quiere orientar en el futuro de la ciudad. Hay que valorar cuál es el sector/sectores en el que se apoya la economía local y cual/cuales son aquellos que se desean potenciar para un mejor futuro. Hay que observar la realidad social de cada lugar y pensar en como reducir los problemas, muchas veces anticipándolos. Hay que descubrir las fortalezas y oportunidades de cada urbe. Sólo desde esa reflexión, específica para cada lugar, se puede hacer una buena estrategia que no se limite a calcular el número de metros urbanizables para nuevas edificaciones, copiar las estrategias de otros lugares, o diseñar calles bonitas con farolas llamativas... sino que aspire a aprovechar todas las potencialidades económicas y sociales locales.
Muchas ciudades tienen que revisar en los próximos años sus planes urbanos y sus estrategias de crecimiento. En muchos casos se plantean por primera vez articular verdaderas estrategias de crecimiento después de funcionar durante mucho tiempo como simples gestores y administradores de un crecimiento que, hasta la crisis, estaba asegurado. El cambio en los ritmos de crecimiento residencial o el fracaso o aborto de grandes proyectos urbanísticos deja abierto el cómo re-orientar el futuro en muchos lugares de la geografía de nuestro país. Es un buen momento para recuperar la potencialidad de la planificación urbana como instrumento de desarrollo económico y social y reconocer lo importante que es tener una gestión local fuerte, capacitada y capaz de orientar una estrategia integral, propia y claramente definida.
Publicado en "la riqueza de las regiones",
blog de la AECR en ABC: http://abcblogs.abc.es/riqueza-regiones/
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