En el primer artículo de esta serie de tres, originada a partir de la publicación del libro “Economía Urbana y Regional. Introducción a la Geografía Económica”(*), reflexionamos a cerca de la creciente importancia de las ciudades como elemento de desarrollo de los territorios. Para ello recurrimos al concepto de economías de aglomeración del tipo de urbanización, que podemos definir como el conjunto de efectos y posibilidades que se desatan en las grandes aglomeraciones urbanas. Sin embargo, al lector no se le escapará que las grandes ciudades generan muchos problemas: contaminación, atascos de tráfico, marginalidad social en ciertos barrios, residuos… Los economistas han denominado como des-economías de aglomeración a todo este conjunto de problemas que se desatan en las grandes aglomeraciones urbanas.
Es cierto que cuando pensamos en Madrid, Barcelona, Londres… o de modo más claro en México, Nueva York, Shanghái… nos viene a la cabeza la inmensidad de polución que en estos lugares se genera, los atascos de tráfico, la dificultad para gestionar las necesidades y residuos que se producen... Es por ello que vemos a las ciudades como inmensos monstruos que contaminan y dañan el medio ambiente en oposición a la idílica y sostenible vida rural. Pero no hay nada más lejos de la realidad. Las ciudades no solo no son el problema sino que, en cierto modo, son la solución. Pensemos sobre ello.
El problema no está en la ciudad en sí misma. El problema está en que la población mundial se ha disparado hasta niveles difícilmente sostenibles. Somos muchos, esa es la realidad, y es inevitable que contaminemos y causemos un daño medio ambiental inmenso solo por existir, sobre todo si alcanzamos un alto nivel de desarrollo que viene asociado a unos niveles de consumo muy elevados. Dada esta realidad la ciudad es la mejor forma posible de organizarnos para causar el menor daño posible. Gracias a la urbanización es posible suministrar bienes como la luz, el agua o en general alimentos y bienes de todo tipo que en un entorno rural generalizado sería prácticamente imposibles distribuir a precios aceptables. Démonos cuenta que la logística de distribución es muy sencilla cuando la población se aglomera en ciudades. Del mismo modo en un entorno urbano el impacto medio ambiental, la gestión de residuos o las necesidades de desplazamientos son las menores posibles.
Imaginémonos toda la población del área central de Asturias viviendo bajo una lógica rural, en casas individuales a lo largo de un inmenso pueblo de casi 800 mil habitantes. Prácticamente toda la superficie de la región, incluidos los bosques y los espacios naturales protegidos, debería convertirse en casas y casas que se suceden unas detrás de otras. Imaginémonos ahora que complejo sería distribuir algo tan sencillo como el pan o cualquier otro bien en esta realidad rural, como se complicaría la gestión de los residuos que se generasen si esta población rural mantiene el nivel de vida alcanzado en las ciudades o lo costosas que serían las infraestructuras para facilitar luz, gas o agua en esa inmensa superficie de casas unifamiliares de tipo rural. ¿Cuántos serían los desplazamientos que habría cada día para ir al trabajo y la contaminación asociada? La densidad de población sería muy baja y la extensión enorme por lo que desaparecerían los transporte públicos por su absoluta ineficiencia; serían demasiado caros. Para que esta realidad fuera sostenible solo cabe rebajar de modo drástico nuestro nivel de vida y contener el crecimiento de la población. El único modo de responder al crecimiento poblacional y dar a la sociedad la posibilidad de un progreso económico y social permanente es a través de la ciudad.
Dicho esto es evidente que hay ciudades que responden a los retos que se les presentan de modo extraordinario y se convierten en ejemplos de progreso y calidad de vida y otras en las que se comenten errores en su diseño que las convierte en aglomeraciones incomodas y poco eficientes. A veces la ciudad, por un diseño equivocado, es la que acaba ocasionando los problemas, la que, en definitiva, acaba bloqueando el desarrollo.
Es difícil identificar que hace a una ciudad crecer y que la hace bloquearse y convertirse en el problema para sus habitantes, pero la Economía Urbana ha tratado de investigar estas cuestiones llegando a señalar algunas ideas clave. Por ejemplo, un elemento importante suele ser disponer de ciudades con alta densidad de población y un centro claro. Dicho de otro modo, ciudades donde la gente vive en pisos, no es necesario que de muchas plantas, y donde la mayor parte de la población se dirige a trabajar, pasear o comprar a un mismo lugar de encuentro: el centro de la ciudad. Londres o París son buenos ejemplos de este tipo de ciudades. Cuando la estructura es de este modo, densa y monocéntrica, es muy fácil incorporar transportes públicos que funcionen bien ya que está garantizado un gran volumen de clientes potenciales en cada parada, por la densidad alcanzada, y las líneas de autobús o metro son de fácil diseño, tipo radial, gracias a la forma monocéntrica. Cuando una ciudad se expande en el espacio de forma desmesurada con una densidad de población baja y deja de haber un centro único la logística se complica. La gente vive en casas individuales o adosadas y no todo el mundo se dirige a trabajar, comprar o pasar su tiempo de ocio al mismo lugar. Los Ángeles pueden ser el ejemplo más claro y, tal vez, radical de este otro modelo de ciudad que está muy asociado a todo eso que llamamos, de modo un poco impreciso, como “estilo de vida americano”.
Toda esta reflexión nos puede parecer muy lejana a nuestra realidad, pero se trata en realidad del gran reto al que, en mi opinión, se enfrenta el área central de Asturias. La ciudad de ciudades que está naciendo en el centro de nuestra región es, por su origen, una realidad policéntrica. No hay, ni habrá nunca, un único centro. La integración económica de Oviedo, Gijón y Avilés es creciente y eso hace que cada vez más personas nos desplacemos diariamente de una a otra ciudad. Nos desplazamos de unos centros a otros y la mayoría lo hacemos en vehículo propio disparando los atascos, la contaminación… Si consideramos a la Asturias central como una ciudad sería la urbe con densidad más baja de España, lo que dificulta todo tipo de transportes públicos o sistemas de distribución. Esta compleja realidad policéntrica limita, además, que afloren los efectos positivos de los que hablábamos en el primer artículo publicado de esta serie.
Sin embargo es posible afrontar con éxito este reto. No es la única realidad de este tipo. Hay otras realidades similares en España y en el mundo. Pero hay que ser conscientes de la importancia que en nuestro caso, como en otros similares, tiene responder a esta realidad que supone la forma y estructura de nuestra región. Es necesario coordinar políticas municipales, de transporte e infraestructuras y, sobre todo, diseñar acciones que eviten la proliferación de aún más dispersión o más subcentros que polaricen el área central de Asturias. Nuestras ciudades son, en mi opinión, uno de nuestros mejores recursos, pero también uno de nuestros mayores desafíos.
(*) Mario Polèse y Fernando Rubiera, Editorial Thomson-Civitas.
Publicado en La Nueva España el 5 de abril de 2010
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