La distancia no ha muerto - Reportaje/entrevista en "SigloXXI - La Nueva España"

“La distancia ha muerto”, gritaba la profecía de la globalización en los últimos años noventa. La tecnología, decían, alumbrará un mundo distinto en el que cualquiera podrá trabajar en cualquier cosa desde cualquier parte, un universo nuevo que condenará el emplazamiento a la irrelevancia. Pero resulta que más de veinte años después casi media España vive en diez grandes ciudades que son cada vez más grandes y 243 millones de estadounidenses se amontonan en el tres por ciento del espacio urbano de su país. En “El triunfo de las ciudades” (2011), el economista Edward Glaeser confirma que “toda la humanidad cabría en Texas”, pero que en este planeta donde sobra espacio “preferimos las ciudades”. Cada vez más. La economía urbana empezó a desmontar el mito de la intrascendencia del emplazamiento cuando comprobó que cuanto más se desarrollaba el imperio digital y tecnológico más aumentaban los viajes de negocios en avión. La distancia no ha muerto, han ganado las ciudades.
El mundo ultratecnológico sigue necesitando el cara a cara, la proximidad física que nutre y retroalimenta por definición a los mercados de la economía del conocimiento. A los ojos de Fernando Rubiera, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Oviedo e investigador del Laboratorio de Análisis Económico Regional (Regiolab), que observa todo esto desde un área metropolitana polinuclear y desconfigurada, estas tendencias refuerzan la urgencia del robustecimiento y el tendido de sinergias entre las ciudades medias. Pronto encontrará en esas macrotendencias globales una base donde asentar la tesis de la necesidad de cohesionar el centro de Asturias y hacerlo visible desde fuera como una masa urbana unitaria. En el mundo de la cada vez más intensa densidad urbana, donde el tamaño sí importa y los mercados viven de su masa y sus capacidades de interconexión, una ciudad de 200.000 o 300.000 habitantes es irrelevante; “una de 800.000 tiene cierto peso. No va a ser prioritaria, pero puede resistir”
Los cerca de diecinueve millones de habitantes que se concentran hoy en las diez áreas metropolitanas más pobladas de España todavía eran dieciséis al comienzo del siglo. La larga marcha hacia las ciudades viene de lejos. Más o menos del siglo XVIII. La globalización, internet y los ordenadores, la revolución digital de las comunicaciones completa un proceso de gusto por la vida urbana que parte de la Revolución Industrial. El fenómeno no es de ahora, pero ahora se ha exagerado. El estado de la cuestión en la segunda década del siglo XXI fotografía “una era posindustrial asentada en los servicios, y los servicios son pura ciudad”, subraya Rubiera. “Cuanto más especialización y eficiencia en los servicios, más ciudades”, y para aguantar en la jungla globalizada y ultratecnológica, mejor cuanto más grandes y mejor conectadas.
La nueva economía se mueve al ritmo que marcan los sectores creativos e intensivos en conocimiento, y su capacidad para agrandar las ciudades se explica en las clases de Economía con un ejemplo. O con varios. O con cualquiera que imagine el comportamiento habitual de una actividad sustentada en el talento. “Piense en un fotógrafo”. Si se le coloca en un mercado pequeño y desconectado seguramente no tendrá más remedio que hacer para sobrevivir lo que todos, bodas y comuniones. “Si quiere especializarse en alguna labor muy específica de su trabajo, en moda o en platos de alta cocina, por ejemplo, le van a faltar clientes”. En una gran ciudad, el mismo profesional, con las mismas habilidades, tiene espacio para desarrollarse y mercados específicos en los que concentrarse sin terminar haciendo bodas si no quiere. El ejemplo parece banal, pero su esquema puede reproducirse, retrata Rubiera, en cualquier sector imaginable, fundamentalmente en los creativos o muy conectados con el saber, los que dan cuerda al mundo actual. Se le puede aplicar el mismo a un ingeniero, o a una empresa ultratecnológica y muy especializada, que en un mercado potente siempre tendrá más posibilidades de encontrar a los directivos y profesionales mejor cualificados… Al final, o se van o directamente crecen fuera. “Los talentos se reparten aleatoriamente, pero tienden a concentrarse y en determinados entornos pueden desarrollarse mejor que en otros”. Es el signo de los tiempos que cantó “Abba”, donde “el ganador se lo lleva todo” y la economía tiende a la concentración, donde triunfan las empresas voraces que más que competir “en el mercado” pugnan “por el mercado”. Por todo el mercado. La ilustración del fenómeno hace pasar a toda velocidad los logotipos de Facebook, Google, Whastsapp, Amazon… El economista Luis Garicano retrató la semana pasada en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA las muy peculiares condiciones del nuevo universo digital y su tendencia a localizar empresas en ciudades de gran tamaño, a hacer perder terreno a las medianas de raíz industrial.
La pregunta es cómo puede buscar un sitio en esa selva de lo cada vez más grande un entramado urbano que como el asturiano nunca va a ser enorme. O cómo puede combatir el riesgo cierto de la irrelevancia. Hay ciudades de tamaño medio, responde el experto, que en determinados sectores “ofrecen resistencia”. Menciona la densidad de actividad vinculada con la tecnología en Bilbao, o la industria creativa de Valencia, y aclara que la tesis sobre la urgencia de la cohesión del área metropolitana asturiana viene en parte de ahí. En el mundo globalizado una ciudad “sólo es competitiva si tiene un mínimo de gente que le permita desarrollar cierta escala en ciertos servicios y actividades”. Y además del tamaño importan las conexiones. “Ojo con conectarnos tan bien con Madrid”, enlaza Rubiera, porque en AVE no sólo se llega a Madrid más rápido, “también llega Madrid muy rápido a Asturias”. Si los enlaces se establecen siempre entre un nodo pequeño y uno grande, el pez chico tiende a correr el riesgo de quedar “subsumido”. Mirada desde una perspectiva global de país, esta concepción de conectividad radial puede tener sentido, pero si lo que se pondera es la necesidad de compensar el territorio tal vez convendría “intentar unir nodos pequeños para que se conviertan en grandes o entidades de tamaño similar, para que puedan cooperar”.
Él habla mirando de reojo a Bilbao, o a su eje con Oporto, e invita a pensar en el largo plazo remarcando la posibilidad de que las muy grandes masas urbanas, ya ha pasado en Nueva York o Ciudad de México, puedan llegar a colapsar por saturación. En esos casos, subraya el economista, “lo primero que se expulsa es la industria, o el suelo industrial”, y Madrid ha empezado a hacerlo hacia Valencia o Zaragoza… “Habría que estar preparados para ser receptores” de esos flujos. Y ahí la fachada marítima y los puertos y la capacidad logística pueden tener muchas cosas que decir.
De momento, ganan los grandes, y el censo da fe. Crecen más las grandes urbes y como mucho a su estela sus periferias, dando forma a un fenómeno de “desconcentración contenida”: como la proximidad aún importa, pero hay quien no necesita ir físicamente al trabajo más que unos días a la semana, además de Madrid puede tener su oportunidad una esfera limitada de perímetro, le pasa por ejemplo a Guadalajara, pero Asturias y las ciudades medias mal conectadas se despueblan.
Vamos juntos hacia la luz de las ciudades. El análisis de las tendencias globales las dirige también hacia la exacerbación de la urbanización cuando se mira desde la esquina de la geografía. En vuelo rasante a través de la gran ciudad cada vez más grande, Fermín Rodríguez constata como una verdad indubitada que “la fase actual de nuestra civilización globalizada es urbana y va a serlo mucho más y en todas partes”. Que “todas las ciudades son globales y que en la estructura urbana española “es una suerte tener áreas metropolitanas como elementos de una red de ciudades bastante jerarquizada y equilibrada” donde relucen junto a la gran ciudad global, Madrid, “sus urbes continentales (Barcelona, Valencia) y los sistemas urbanos regionales (Galicia-Oporto, Bilbao-Santander, Levante, Costa del Sol) que se van armando a partir de la conformación de corredores o ejes de desarrollo”.
Catedrático de Análisis Geográfico Regional, director del Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) de la Universidad de Oviedo, Rodríguez dirá que “es importante insertarse en uno de esos corredores”. También “destacarse, tener personalidad propia”, saber que “todas estas ciudades o son globales en alguna medida o no podrán mantener su tamaño”, y que Asturias tiene por situación y tradición algunas olas a las que subirse. Además de crecer “las ciudades se litoralizan”. Y “estar al lado del mar, o mejor dicho, tener una fachada marítima, es bueno para crecer. Las ciudades avanzan hacia la mar y las interiores tienen que estar bien conectadas con los puertos”.
Ha emergido una oportunidad. Pero además de olas hay diques de contención. En Asturias, sobre todo los políticos. Los del localismo, o más bien el cantonalismo del poder local de “un país de parroquias” que ha sido por naturaleza “desconfiado” y ha tenido en plano de fondo, pero siempre presente con el paso de los años, una clase dirigente que cuando se habla del área metropolitana “no comprende su utilidad”. “La vanguardia dirigente tiene otras cosas que hacer y el asunto, como es habitual, se estanca en el charco del lío. Lo que ocurre es que el tiempo corre para todos, y todos a la larga son responsables de sus decisiones”. El estancamiento, reflexiona el geógrafo, emerge de la mezcla de “clichés viejos” con “aspiraciones nuevas”. “El poder regional actuó como habría actuado el comité, con buenas intenciones pero sin fiarse de nadie”, y así fue cómo las lógicas políticas desusadas lastraron la gestión del que fue “uno de los primeros distritos industriales de España”. Asturias “ya había intentado evolucionar a área metropolitana a comienzos de la tercera década del siglo XX, pero una historia despiadada cortó su evolución, aplazándola”. Pese a todo, en los setenta tenía el aspecto de “un sistema urbano de tamaño y características metropolitanas” que sin embargo sigue enredado en la política regional y local y en su incapacidad para entender “la necesidad de esto que se plantea en la década de 1990 con el nombre de Ciudad Astur”.
No lo han entendido, y siguen empantanados, así que “yo me conformaría”, dejará dicho el geógrafo, “con que Asturias lograra que su área metropolitana fuera reconocida como ciudad desde fuera. Así lo está en algunos documentos oficiales, pero es necesario visibilizarla como una unidad estadística, al modo de las áreas americanas”.

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